Hay días que en mis cielos hay de todo!
Santos que no puse ni elevé.
No existe nada más sagrado que la risa de un niño, y eso no lo suben a los altares.
En mis cielos no hay religiones ni credos, solo buena energía, la que el sol brillante y diáfano emana.
Nubes que jamás se elevaron de mis mares, y aparecen flotando igual que si yo las hubiera creado.
En mis cielos transitan nubecillas que no se deshacen aunque sople fuerte.
Y Otras nubes persistentes que darían lo que fueran por tapar la luz del sol.
También se dan zonas oscuras que, por puro contraluz, no permiten mostrar la esencia cristalina, verdadera y diáfana del sol, que todo lo desea abrazar en su calidez, en su inocente brillar por brillar.
O mares hermosos, inmensos, preciosos, en los que navegar bonito, que los oculta el anochecer.
Hay días que parecen noches...
Es entonces cuando esa mar-avillosa energía que alberga nuestro interior, brilla con más fuerza, con la energía inalterable de nuestro propio sol.
Sí, con él iluminamos esas nubes densas, y a la luz de nuestra comprensión, se disuelven.
Si acogemos en nuestro abrazo esos dioses inventados, se funden y se vuelven hermosamente humanos, para llorar en nuestro regazo.
Y si a esos mares y océanos que para sentirse acompañados en las noches frías, sueñan con la luna, nos lanzamos como en las mañanas de verano, nos zambullimos llevando risas a sus tristezas, alegría a su soledad...
Comprenderemos que, cada situación que viven nuestros cielos, se da para que aprendamos con ellos a ser firmamentos hermosos en los que, serenos, enriquecer nuestra mirada.
Cielos que asomaron cargados...
Luego estallan, por suerte, en colores bellos!
Elvia Cor.
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