Pero al sol se le antojó amanecer.
El cielo comenzó a impregnarse de colores que pintan paisajes de vida, de ilusión.
Y despertaron en perfumes las flores.
Los sabores flotaron en el aire hasta descubrir el dulce paladar en el que derramarse.
El sol se elevó con fuerza y alegría, igual que si fuera la primera vez que amaneciera.
Feliz ante la perspectiva de recorrer el cielo de su corazón, se atusó todos sus brillos, perfiló sus labios de fuego.
Y vertiendo sus sueños hermosos sobre lo que fuera negra noche, la convirtió en día único e impresionante el el que, al amor de su mirada, llenar de calidez y esperanza, el inmenso abrazo de su luz a la luz.
Elvia Cor.
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